lunes, 3 de diciembre de 2012

El regreso del guerrero (tras el camino de la experimentación)

American beauty
The Grateful Dead
Folk-rock, 1970
The Grateful Dead ha sido uno de los grupos con los seguidores más fieles de la historia del rock’n roll. A pesar de sus desvaríos psicodélicos sobre el escenario, sus maratonianos conciertos, unos más acertados que otros, y sus golpes de timón al estilo de la banda, los deadheads nunca hicieron ascos a la música que proponían Jerry Garcia, Phil Lesh, Bob Weir y los suyos, una mezcla exuberante y totalmente original en la que la inventiva solía estar por delante de todo lo que se había escuchado hasta el momento.

En activo desde mediados de los sesenta, la cambiante formación de esta banda, que fue desde cuarteto hasta septeto en su alineación inicial, se había ganado una buena reputación entre los aficionados a la música por ser una de las primeras formaciones en romper los convencionalismos de la época mezclando géneros, experimentando texturas, participando en pruebas sensoriales que unían luces, drogas, música y todo tipo de encuentros sociales. Los discos no conseguían abarcar toda esa magia que suponía la experiencia Grateful Dead para sus oyentes, aunque sí servían para ordenar algunas de las muchas ideas que iban surgiendo sobre el escenario y dar testimonio de la existencia de una banda especial.

Después de un lustro abanderando el sonido de San Francisco y la emancipación musical y social que supusieron los años finales de los 60, con el advenimiento de la nueva década, sus componentes decidieron reposar un poco más sus apariciones en directo y hacer un trabajo más concienzudo a la hora de componer, ensayar y grabar. Para ello, y sin olvidar todos los hallazgos en cuanto a sonidos, voces y estructuras alcanzados en sus años de carretera, Garcia volvió a algunas de sus influencias primigenias, el country y el bluegrass, mientras que el resto de la banda también se mostró también más proclive a dejarse poseer por viejas canciones folk y blues.

Así, este “American beauty” se convirtió, junto con su predecesor “Workingman’s dead”, en el monumento de los Dead a la música tradicional, siempre imprimiendo esa vuelta de tuerca propia de una generación innovadora y creativa y dejando espacio para las evocadoras letras de Robert Hunter. El disco se abre con “Box of rain”, una canción que reúne lo mejor del rock y el folk que inundan todo el álbum, aunque también con un cierto regusto ‘hippie’ que no abandona del todo la banda. Ese toque de country ortodoxo aunque con cierta innovación se deja notar sobre todo en las baladas del álbum, “Candyman”, “Brokedown palace” y “Attics of my life”.

Siguiendo esa senda de recuperación de las viejas influencias, y con un gran trabajo vocal y de guitarras acústicas, “Friend of the devil” y “Ripple” dejan claro el dominio de los músicos del country y el folk, mientras que el blues, en diferentes registros, se hace presente en “Operator” y “Truckin’”, una particular road-movie basada en hechos reales. Menos reverenciales para con sus estilos primigenios y con más de rock que de homenaje a sus ancestros, aunque sin duda sin deshacerse de ellos por completo, completan el disco “Sugar magnolia” y “Till the morning comes”.

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