miércoles, 26 de diciembre de 2012

Desde la raíz hasta la vanguardia

Cricklewood Green

Ten Years After

Blues-rock, rock psicodélico, 1970
Ten Years After es uno de esos grupos formados por jóvenes que, durante su infancia y adolescencia, sufrieron la explosión del rock’n roll a mediados de los 50 y, ya por su cuenta, se buscaron la vida para saber más de las raíces de esa música. De esta forma, adolescentes de exquisita educación británica empuñaban sus instrumentos soñando ser viejos ‘bluesmen’ de raza negra criados en el Delta del Mississippi. A base de escuchar una y otra vez los discos de blues y jazz llegados desde el otro lado del Atlántico, la llegada del rock’n roll no pilló por sorpresa al joven Alvin Lee, que ya estaba preparado para incluir esos nuevos sonidos en su repertorio guitarrero.

La curiosidad innata del espectacular guitarrista y líder de la banda hizo que el estilo de las canciones fuera separándose del blues más clásico para aventurarse en sonidos más influidos por las experiencias musicales y lisérgicas que los años finales de los 60 ofrecían, además de hacer algunas breves incursiones en otros estilos también tradicionales, como el folk y el country.

“Criklewood Green” es el quinto disco de la banda, grabado en un momento en el que el espíritu psicodélico, experimental y más rockero había ganado la partida al blues clásico, si bien la banda no había abandonado del todo su estilo primigenio. De este modo, ruidos, efectos sonoros y programaciones se unían al hipnótico órgano y la afilada guitarra propios del sonido del grupo desde sus inicios.

“Love me like a man” es el tema paradigmático de la evolución llevada a cabo por la banda, con un pegadizo riff omnipresente de influencia blues, una sonoridad más cercana al rock de la época y espacio para el lucimiento y protagonismo de cada uno de los cuatro integrantes del grupo.  En esta línea, el cuarto álbum de Ten Years After incluye también “As the sun still burns away”, “Working on the road”, basada en el boogie, y “Sugar the road”, con un reconocible riff rockero de inicio, además de “50,000 miles beneath my brain”, una balada que va pasando por diferentes ambientes e intensidades.

Sin embargo, el disco también incluye sonidos más clásicos, como el country-blues acústico de “Year 3000 blues”, el rhythm’n blues de tratamiento swing de “Me and my baby” y el folk melancólico de ciertas resonancias hippies de “Circles”.

jueves, 20 de diciembre de 2012

Un tipo peculiar

The heart of Saturday night
Tom Waits
Jazz, blues, folk, 1974
En el mundo de la música, uno se encuentra con muchos personajes peculiares. Uno de ellos es Tom Waits, pianista, guitarrista, cantante de voz profunda y uno de los cantautores más personales y extravagantes. Nacido en la soleada California, los ambientes que recrean sus canciones y, sobre todo, sus cavernosas palabras recuerdan a lugares menos plácidos. Quizás aquellos años de infancia y adolescencia en una hogar con padres separados y trabajando en una pizzería local para contribuir con la economía familiar, así como las largas noches al piano en diversos clubes de reputación diversa, no son el escenario más adecuado para desarrollar canciones felices.

En lo musical, Waits no era muy aficionado a la escena musical de los años 60 en los que se crió, salvo una cierta atracción por la lírica de Bob Dylan, por lo que se refugió en viejos discos de jazz, blues de raíces y personales voces de ‘crooners’, así como en la literatura de Jack Kerouac y Charles Bukowski. Todo ello, sumado a su trabajo de pianista nocturno y a una voz profunda que venía de serie, le ayudaron a crear un estilo musical en el que se mezcla la narración, tanto cantada y recitada, de historias de perdedores y marginados sobre una sutil base influida por el jazz, el blues y el folk, todo ello antes de que, a partir de 1983, decidiera dar una vuelta de tuerca a su música y a las entendederas de sus seguidores con experimentos formales y estilísticos.

“The heart of Saturday night” es el segundo disco de Tom Waits, en el que muestra claramente cuáles serán las grandes bazas que jugará en sus primeros años de carrera, con delicadas baladas ciertamente nostálgicas, reflexiones acerca de hechos de lo más mundano e historias sobre la vida subterránea, la de aquellos cuyas andanzas no parecen interesar a nadie.

El álbum abunda sobre todo en baladas de tono jazz, en las que el cantante puede desgranar con espacio y elegancia sus siempre afiladas letras, algunas de temáticas más emocionales e, incluso, cursis (todo lo cursi que puede ser Tom Waits), como “San Diego Serenade”. En este grupo se incluyen piezas más que remarcables, como “Drunk on the moon” o “Please call me, baby”, así como las historias más o menos descarnadas de “Semi suite” o “The ghosts of Saturday night (After hours at Napoleone’s Pizza House)”. También en tono de balada, aunque algo más cerca del folk, Waits ofrece “Shiver me timbers” y “(Looking for) The heart of saturday night”.

A pesar de este carácter meditabundo de cuentacuentos con cierto poso, Waits también prueba otros ritmos algo menos reflexivos. El jazz sigue siendo el principal referente en temas como “New coat of paint” y “Diamonds in my windshield”, mientras que el blues está presente en “Depor, depot” y, sobre todo, en “Fumblin’ with the blues”.

lunes, 3 de diciembre de 2012

El regreso del guerrero (tras el camino de la experimentación)

American beauty
The Grateful Dead
Folk-rock, 1970
The Grateful Dead ha sido uno de los grupos con los seguidores más fieles de la historia del rock’n roll. A pesar de sus desvaríos psicodélicos sobre el escenario, sus maratonianos conciertos, unos más acertados que otros, y sus golpes de timón al estilo de la banda, los deadheads nunca hicieron ascos a la música que proponían Jerry Garcia, Phil Lesh, Bob Weir y los suyos, una mezcla exuberante y totalmente original en la que la inventiva solía estar por delante de todo lo que se había escuchado hasta el momento.

En activo desde mediados de los sesenta, la cambiante formación de esta banda, que fue desde cuarteto hasta septeto en su alineación inicial, se había ganado una buena reputación entre los aficionados a la música por ser una de las primeras formaciones en romper los convencionalismos de la época mezclando géneros, experimentando texturas, participando en pruebas sensoriales que unían luces, drogas, música y todo tipo de encuentros sociales. Los discos no conseguían abarcar toda esa magia que suponía la experiencia Grateful Dead para sus oyentes, aunque sí servían para ordenar algunas de las muchas ideas que iban surgiendo sobre el escenario y dar testimonio de la existencia de una banda especial.

Después de un lustro abanderando el sonido de San Francisco y la emancipación musical y social que supusieron los años finales de los 60, con el advenimiento de la nueva década, sus componentes decidieron reposar un poco más sus apariciones en directo y hacer un trabajo más concienzudo a la hora de componer, ensayar y grabar. Para ello, y sin olvidar todos los hallazgos en cuanto a sonidos, voces y estructuras alcanzados en sus años de carretera, Garcia volvió a algunas de sus influencias primigenias, el country y el bluegrass, mientras que el resto de la banda también se mostró también más proclive a dejarse poseer por viejas canciones folk y blues.

Así, este “American beauty” se convirtió, junto con su predecesor “Workingman’s dead”, en el monumento de los Dead a la música tradicional, siempre imprimiendo esa vuelta de tuerca propia de una generación innovadora y creativa y dejando espacio para las evocadoras letras de Robert Hunter. El disco se abre con “Box of rain”, una canción que reúne lo mejor del rock y el folk que inundan todo el álbum, aunque también con un cierto regusto ‘hippie’ que no abandona del todo la banda. Ese toque de country ortodoxo aunque con cierta innovación se deja notar sobre todo en las baladas del álbum, “Candyman”, “Brokedown palace” y “Attics of my life”.

Siguiendo esa senda de recuperación de las viejas influencias, y con un gran trabajo vocal y de guitarras acústicas, “Friend of the devil” y “Ripple” dejan claro el dominio de los músicos del country y el folk, mientras que el blues, en diferentes registros, se hace presente en “Operator” y “Truckin’”, una particular road-movie basada en hechos reales. Menos reverenciales para con sus estilos primigenios y con más de rock que de homenaje a sus ancestros, aunque sin duda sin deshacerse de ellos por completo, completan el disco “Sugar magnolia” y “Till the morning comes”.