miércoles, 29 de enero de 2014

En tierra hostil

America
America
Folk-rock, 1971 (reeditado y ampliado en 1972)
La revitalización y actualización del folk y, en menor medida, el country a lo largo de la década de los 60 y su fusión con ritmos más rockeros lindando con los 70 fueron procesos que se han dado como resultado fórmulas que se han convertido, con el paso de los años, en capitales para el desarrollo de la música popular. El nacimiento del soft-rock, la ampliación de los registros y las sonoridades de los habituales cantautores, la inclusión de mensajes más elaborados y profundos en las canciones o la existencia de una válvula de escape distinta para los desvarías psicodélicos de la vanguardia hippie y beatnik son solamente algunas de las aplicaciones del resurgimiento y la modernización de las fórmulas musicales tradicionales.

America fue una de las bandas que se benefició del nuevo escenario del folk. El trío se conoció y dio sus primeros pasos en Inglaterra, al ser hijos de militares de servicio en Europa, aunque desde el principio quisieron dejar clara su procedencia y eligieron el nombre para reivindicarse como genuinos herederos de la tradición folk y no como una banda inglesa intentando apuntarse a la moda del nuevo viejo sonido estadounidense. A pesar de ello, las influencias de Bunnell, Beckley y Peek estaban bastante claramente afincadas en el último lustro del folk-rock, sobre todo en bandas de cierta inspiración hippie y cuidadas armonías vocales, tales como The Byrds o, sobre todo, Crosby, Stills & Nash (&Young).

Su disco de debut deja claro cuál será el camino a recorrer por la banda a lo largo de su andadura: canciones para escuchar con una clara influencia del folk más actualizado, aquel que se había hermanado con el rock, y algunos devaneos de corte más lírico o psicodélico, una clara vocación acústica y de gran variedad vocal y frecuentes ramalazos pop, cada vez más habituales según se iba prolongando su carrera. Una forma de hacer canciones que se refleja perfectamente en “A horse with no name”, primer éxito de la banda que obligo que, tras su lanzamiento en 1972, este primer álbum fuera reeditado incluyendo la nueva canción.

De este modo, el trío incluye en su debut algunas canciones en las que exploran las capacidades expresivas y dramáticas de sus voces y sus instrumentos, incluyendo canciones de corte expresivo en las que buscan transmitir distintas sensaciones y crear ambientes en sus diversas partes, como “Sandman”, “Donkey jaw” y “Here”. Este tipo de composiciones completan el trabajo de otros temas que también se adentran en el terreno de las sonoridades hippies, aunque no con tanta profundidad, como las baladas “Children”, con un toque country; “Rainy day”, “Never found the time” o “Clarice”.

Sin embargo, el grupo se deja seducir por melodías y tratamientos de más fácil escucha, con ciertas concesiones al pop y otros estilos más acotados, siempre con el folk-rock como base principal, en temas como “Riverside”, “I need you”, “Pigeon song” y “Three roses”.

miércoles, 22 de enero de 2014

Éxito en el exilio

The hawk
Ronnie Hawkins
Rock’n roll, country-rock, 1971
El dicho de que nadie es profeta en su tierra se cumple en ciertas ocasiones en el negociado musical, y artístico en general. En ocasiones, el reconocimiento a un determinado creador o showman no se produce en el lugar o, más habitualmente, el el tiempo adecuado, siendo premiado con el beneplácito de la crítica o de la audiencia lejos de casa o de su mejor momento de forma. Ronnie Hawkins es contemporáneo de los mejores pioneros del rock’n roll primerizo y, a pesar de una temprana afición y dedicación por la música, no consiguió abrirse un hueco en los escenarios de la época en Estados Unidos.

Nacido dos días antes que Elvis Presley en Arkansas, comenzó a actuar con The Hawks recién cumplida la mayoría de edad, pero fue precisamente en el club que poseía cerca de casa, por el que pasaron varios de estos pioneros del rock’n roll, donde se dio cuenta de que sería uno más de esos que no alcanzaban el éxito quedándose en casa. Fue Conway Twitty, un habitual en el escenario del garito de The Hawk, quien el recomendó que probara suerte en la vecina Canadá, tierra sedienta de auténticos rockeros del Sur y no demasiado atractiva para las grandes estrellas del género. A partir de ahí nace una carrera relativamente existosa que, en más de cincuenta años del rock’n roll, ha permitido descubrir y juntar a los miembros de The Band, grabar con todo tipo de artistas del country y el rock de ambos lados de la frontera y, más recientemente, recibir la Orden de Canadá.

“The hawk” (el primero de una saga de hasta tres discos distintos bajo este título en más de una década) se grabó cuando el cantante ya había ganado cierta repercusión en Estados Unidos tras ser toda una celebridad en Canadá, al haber revolucionado el panorama introduciendo el rock’n roll y perpetuando el rockabilly en aquellas tierras. Sin embargo, para este lanzamiento, Hawkins cuenta con músicos estadounidenses de renombre, tales como Duane Allman a la guitarra, Donald “Duck” Dunn al bajo o los Memphis Horns en los arreglos de viento, y modera un tanto su lenguaje para abordar un estilo por el que siempre había sentido un gran respeto, si bien su carrera no le había dejado practicar con tanta frecuencia, el country.

Así, más de la mitad de las canciones del álbum tienen esta inspiración campestre, muy del estilo de su Arkansas natal, como “Don’t tell me your troubles”, una canción marchosa de sonoridad totalmente country, que anticipa uno de los mejores momentos del disco, “Patricia”. Sin embargo, esta parte del disco destaca principalmente por la intimidad de temas más melancólicos, baladas como “The girl came from Baltimore”, la inspirada “Odessa”, “Treasure of love” y “Black sheep boy”, bien secundadas por un medio tiempo de influencia folk y cierta tristeza en su temática, “Leaves that are green”.

Pero alguien dedicado al rock’n roll durante más de una década no podía olvidarse tan rápido del estilo que le había dado de comer tantos años, por lo que aprovecha la otra mitad del disco para mostrar cómo se abordan este tipo de canciones desde distintas sonoridades. Así, “Ooby doobie”, “Lonely weekends” y “The red rooster” responden, con sus diferencias, al patrón del rock’n roll clásico, mientras que “Sick and tired” busca ritmos más juguetones y cadenciosos y “Drikin’ wine spo-dee-o-dee” recoge la tradición del rhythm’n blues que sirvió de base a los pioneros del rock’n roll.

viernes, 17 de enero de 2014

Asuntos del cuerpo y del alma

Wet Willie II
Wet Willie
Rock sureño, soul-rock, 1972
El diverso conglomerado de estilos musicales nacidos y desarrollados en los estados del Sur de Estados Unidos es tan amplio que una etiqueta como rock sureño se queda corta para definir o describir con exactitud qué es lo que están haciendo grupos tan dispares como Lynyrd Skynyrd, The Allman Brothers Band, ZZ Top y otros contemporáneos. Blues, soul, folk, rock’n roll, country y gospel son las principales fuentes de las que cada uno de estos grupos beben en diferente proporción, si bien el actual rock sureño ha estandarizado bastante más su sonido y sus influencias, haciendo caso omiso de una venerable tradición.

Wet Willie es uno más de esa pléyade de grupos que, bajo el amparo del mítico sello Capricorn de Macon, Georgia, dieron su autorizada opinión de lo que el rock procedente del Sur debía contener, a pesar de un nombre afortunado que se corresponde con la fechoría infantil de introducir un dedo húmedo, normalmente de saliva, en la oreja de otro. Formado en Mobile, en Alabama, ciudad de tamaño mediano pero con una excelente ubicación junto al océano, limitando con el vecino estado de Mississippi y a apenas 200 kilómetros de la ciudad de música de Nueva Orleans, el grupo no sabía muy bien cuál sería su camino musical cuando se juntaron por primera vez. Así, se fueron añadiendo elementos (la banda llegó a contar con nueve miembros) hasta conseguir una mezcla en la perfecta proporción de todos aquellos sonidos que influían a cada uno de sus miembros. De este modo, el grupo terminó configurando un estilo que llevaba el soul y el gospel a terrenos más asequibles para un grupo de chicos blancos, sin olvidar el rock’n roll y el blues primigenio.

“Wet Willie II” es la plasmación de esta labor de ingeniería para conseguir que estilos tan característicos consigan abrazarse de una forma tan melodiosa. Aunque todavía no cuenta con el trío de coristas, The Williettes, a tiempo completo, algo que les dará aún un carácter más festivo, la banda consigue reunir una colección de canciones perfectamente bailables al quedarse con los elementos que les interesan de cada uno de los estilos consultados. Gracias a este trabajo de experimentación y análisis, más tarde llegará el éxito relativo de “Keep on smilin’” y el inspirado trabajo de “Dixie rock”.

Así, el disco se abre con “Shout Bamalama”, una pieza de rock’n roll desenfrenado con un toque de soul bailable, muy similar en la actitud a otras canciones de este segundo álbum de la banda como la versión del clásico “Keep a-knockin’” o “Shotgun man”, ésta con un toque más soul y cierta influencia del blues. Algo similar intenta hacer el, por entonces, sexteto con “Love made me”, en el que se toman melodías cercanas al gospel con un tratamiento blues-rock y una cadencia más que bailable. Pero si a esta banda se la enmarca dentro del rock sureño es gracias a canciones como el instrumental “Red hot chicken”, una composición con elementos rock y un ritmo sincopado influencia de los estilos negros, sobre todo el funky, en la que Jimmy Hall, uno de los líderes principales de la banda, aprovecha para demostrar sus habilidades en el saxofón y la armónica. El disco contiene otros ejemplos de este rock sureño tan candencioso, como “Airport” o “Grits ain’t groceries”.

Al margen de esta colección de canciones vitaminadas y bailables, el disco contiene también momentos más íntimos, como “It hurts me too”, un desgarrador blues lento, o “Shaggi’s song”, una balada en la que se mezclan a la perfección el blues, el folk y el soul.

miércoles, 8 de enero de 2014

Raíces

Dr. John’s gumbo
Dr. John
Blues, 1972
Las vivencias personales de un artista suelen marcar de una forma definitive su obra, influyendo en las temáticas abordadas y el humor con el que se representa cada una de sus piezas. Dentro de este cúmulo de experiencias íntimas, el lugar de procedencia, sobre todo si éste cuenta con una gran tradición en algún tipo de expresión folklórica o artística, cuenta en la mayoría de las ocasiones con un peso determinante, ya sea por respeto e influencia de ese glorioso pasado o como reacción antagónica a lo justamente anterior.

Mac Rebennack no puede negar que viene de donde viene. Y es que la música de Nueva Orleans le acompañó desde muy joven, cuando comenzó a practicar con el piano de sus primos y a cantar las viejas canciones religiosas de inspiración blues de su abuelo y sus tías. Con semejante bagaje en la infancia, ya en la adolescencia comenzó a codearse con algunos de los músicos más sobresalientes de la ciudad, tales como James Broker y Earl King, así como Professor Longhair, cuyo rumba-boogie causó un especial impacto en la forma de tocar del joven Mac. A pesar de ir ganándose cierta fama como músico de sesión en su ciudad natal, el futuro parecía estar en California, avanzadilla del progreso musical. Una vez allí, y tras trabajar con músicos de todo pelaje, Rebennack se dio cuenta de que, al margen de los experimentos con el rock psicodélico que había iniciado, echaba de menos la música de su infancia, de modo que se rebautizó como Dr. John (con diferentes apellidos y apodos acompañando a este nombre) y recuperó algunas viejas canciones y ritmos, así como los trajes tradiciones del popular Carnaval de Nueva Orleans.

“Dr. John’s gumbo” marcó su abrazo definitivo del rhythm’n blues de su ciudad natal, además del primer reconocimiento a nivel nacional por parte de la crítica y del público. Y es que Dr. John se había ganado cierta reputación entre los músicos de la época, pero aún no era demasiado popular entre el público, algo que consiguió reviviendo precisamente aquellas canciones y artistas que, durante sus años de aprendizaje en Louisiana, más le habían influido.

El disco muestra un respeto reverencial por las canciones y los artistas que versiona, incidiendo en la tradición de ritmos contrapeados de influencia africana y caribeña de Louisiana, aunque siempre dándole el toque honky-tonk y cabaretero que caracteriza el piano de Dr. John, muy arraigado en la tradición de Nueva Orleans pero con influencias de blues y rock’n roll de otras denominaciones de origen. Con estos mimbres, Rebennack aborda canciones típicas de las fiestas de su ciudad natal, tales como “Iko iko”, que abre el disco, o “Tipitina”, con un toque más intimista que la original de su mentor, Professor Longhair. Esa mezcla de rhythm’n blues con cadencias más cercanas al funky se ven también en canciones como “Blow wind blow”, “Big chief”, Junko partner”, “Little Liza Jane” y “Mess around”, ésta con un toque más cercano al rock’n roll.

Con un toque algo más clásico y standard dentro del blues, Dr. John también se atreve con un tema de cosecha propia, “Somebody changed the lock”, y con otras versiones de clásicos de artistas de Nueva Orleans, como “Let the good times roll”, “Stack-a-lee” o el medley dedicado a Huey “Piano” Smith, compuesto por “High blood pressure”, “Don’t you just know it” y “Well, I’ll be John Brown”, además de con la única balada del disco, “Those lonely lonely nights”.