miércoles, 30 de octubre de 2013

La primera dama del rock

Simple dreams
Linda Ronstadt
Rock, country-rock, 1977
La evolución estilística es una característica necesaria en el negocio de la música, sobre todo cuando la carrera de un grupo o artista se prolonga con los años. Se trata de un suerte de maduración musical que puede ser muy provechosa para el autor o rechazada por los seguidores. De este modo, hay ocasiones en las que un ligero cambio, casi imperceptible para los viejos fans de un determinado grupo, puede hacer que un cantante pase de ser prácticamente un músico marginal a estrella de estadio.

La historia de Linda Ronstadt es la de una acaudalada chica de campo de Arizona que se mudó a California para aprovechar sus capacidades vocales, germinadas en la infancia con la escucha de cientos de clásicos del country, el folk, el mariachi y el rhythm’n blues, en la recién nacida escena del country-rock. Un par de discos que mostraban un gran respeto a la tradición de la música campestre, aunque obligaban a reinterpretar el significado de algunas canciones tradicionalmente cantadas por hombres, la colocaron en el panorama musical, más a nivel de músicos que de fans, por lo que pronto se ganó una buena reputación que le granjeó colaboraciones con artistas como Neil Young, Jackson Browne o Eagles. Esta continua actividad y una evolución musical hacia sonidos más rockeros y vendibles le hicieron que pronto se convirtiera en la cantante femenina más rentable y exitosa de los años finales de la década de los 70, por lo que la prensa la coronó como la primera dama (o la reina, según las fuentes consultadas) del rock.

Este “Simple dreams”, junto con otros discos de la época como “Heart like a Wheel”, “Living in the USA” o “Mad love”, es uno de los ejemplos de la nueva deriva de la carrera de Ronstadt, en la que se mezcla la recién adquirida actitud rockera con la naturalidad y delicadeza con la que interpreta las melodías country, gracias a sus influencias primigenias y a su experiencia en los discos anteriores. Nuevamente, el repertorio elegido se compone de algunos clásicos de la música de la época, firmados por nombres como Warren Zevon o Jagger y Richards, canciones tradicionales y composiciones pensadas especialmente para la melodiosa voz de esta gran dama del country.

Los nuevos aires rockeros y más vendibles se dejan notar el “It’s so easy”, uno de los grandes hits de la carrera de Ronstadt, así como en la versión de la mítica “Tumbling dice”, un cambio de registro que también está presente en la balada “Sorrow lives here”. Asimismo, la cantante también mira a los tiempos del rock’n roll primigenio con aires de crooner a través de una versión de “Blue Bayou”, éxito de Roy Orbison. Además, a medio camino entre esta nueva identidad y los viejos aires country se encuentra “Poor poor pitiful me”, así como la balada “Simple man, simple dreams”.


Sin embargo, y a pesar del éxito de público evidente, las raíces son difíciles de olvidar, lo que hace que algunos de los mejores y más emotivos momentos del disco vuelvan a tener forma de balada country. Así, Ronstadt reinterpreta y vuelve a dar vida a algunas canciones tradicionales como “Old paint” o “I never will marry”, mientras que ofrece su delicadeza a las melodías de “Carmelita” y “Maybe I’m right”, ambas de inspiración country-folk. 

jueves, 24 de octubre de 2013

Exprimiendo las influencias al máximo

Child is the father to the man
Blood, Sweat & Tears
Jazz-rock, rock psicodélico, 1968
Hay mentes inquietas que nunca dejan de preguntarse que hay más allá de lo conocido hasta el momento. Se trata de personajes que no soportan la rutina y el estancamiento, por lo que siempre persiguen la mejora de sus especialidades o la ampliación de su repertorio de fundamentos e influencias. Muchos de estos personajes han hecho avanzar la música popular a lo largo de su historia, con especial intensidad en los años finales de la década de los 60, y Al Kooper fue uno de ellos.

Insigne guitarrista y teclista de sesión y acompañamiento de diferentes artistas, Kooper siempre se había mostrado interesado en acaparar la mayor cantidad de experiencias y sonidos, lo que le llevó también a hacer sus pinitos como productor e ingeniero de sonido. Después de militar de forma estable en la banda de Bob Dylan y explayarse a gusto con la experimentación psicodélica de base blues-rock de The Blues Project, Kooper quería iniciar un proyecto más completo, con unas miras musicales más amplias y una formación variada en cuanto a instrumentos, influencias y sonoridades. Así nació Blood, Sweat & Tears, una ambiciosa banda que Kooper solamente capitoneó durante un parte de años y un disco, ya que la abandonó debido a ese carácter inquieto y aventurero en lo musical que siempre le había caracterizado.

Antes de que el guitarrista fundador Steve Katz y el cantante David Clayton-Thomas se hicieran cargo de las riendas de la banda, el producto de este experimento es “Child is the father to the man”, un disco concebido como una obra completa, con su “Overture” y su “Underture”, aunque variado en lo que a ritmos y sonidos se refiere, con el blues y el rock psicodélico como principales bases. Sin embargo, las aspiraciones de Kooper van más allá, por lo que sus canciones muestran un cierto gusto por los giros armónicos y melódicos del jazz, las cadencias funky y soul y ramalazos de estilos menos comunes en la música popular como el género clásico o la bossa nova.

La mayor parte de las canciones se vertebran alrededor de la variedad de intrumentos, que permite la introducción de diferentes soluciones estéticas y melodías, aunque con un estilo marcadamente influido por el rock y el blues y desarrollado sin cortapisas. Esta vertiente psicodélica se deja notar en “I love you more than you’ll ever know”, de clara inspiración blues, y en “My days are numbered”, “So much love” y “I can’t quit her”, de tratamiento más funk, así como en “Somethin’ goin’ on”, un tema de largo desarrollo y pasajes jazzeros que deja espacio para que todos los músicos muestren sus capacidades. También muy imbricadas en los sonidos psicodélicos de la época, aunque con una sonoridad más pop, se encuentran canciones como “Just one smile”, “House in the country”, que incide en las influencias soul de la banda, y “Meagan’s gipsy eyes” y “The modern adventures of Plato, Diogenes and Freud”, de tratamiento más clásico.

Toda esta amalgama de sonidos e influencias, de arreglos variados y experimentos dentro de la escena más o menos habitual de aquellos días, se completa con otras canciones que se salen de los estilos más populares. Así, “Morning glory” nada en el soul y el jazz propio de los grandes crooners, aunque sin alejarse de un cierto regusto pop, mientras que “Without her” se adentra en ritmos menos comunes, como la bossa nova o el swing.

jueves, 17 de octubre de 2013

Ética y estética

Wednesday morning, 3AM
Simon & Garfunkel
Folk, 1964
El resurgimiento del folk en los años 60 del pasado siglo no fue casual. A pesar de que sí hubo algunos artistas que se unieron al movimiento por motivos estéticos, para explorar las capacidades expresivas de este tradicional estilo o simplemente sumarse a unos sonidos de moda, fueron los muchos frentes abiertos a nivel político y social, en EEUU pero también en el resto del mundo, los que impulsaron a que se eligiera esta forma de hacer canciones para contar las nuevas realidades o reinterpretar los clásicos con una nueva lectura más apegada a la actualidad.

De este modo, se crea una doble condición en estos nuevos artistas, que mezclan su carácter de grandes poetas, cantantes y letristas con la misión de ser cronistas de su tiempo y voces privilegiadas que representen las ansias de toda una generación. De este modo, unos con más cuidado del empaquetado final y otros con la vista puesta en el mensaje, toda una nueva generación de cantautores y grupos se encargaron de actualizar y revitalizar el pop, haciéndolo interactuar con otros estilos más populares como el pop y el rock. Desde Bob Dylan y Joan Baez a Neil Young y John B. Sebastian y sus Lovin’ Spoonful, todo era nuevo folk.

Para Paul Simon y Art Garfunkel, esto del folk no era algo natural, como si hubieran crecido en una ambiente rural de los estados del Sur o en un pueblo de los Apalaches. Eran de un barrio relativamente acomodado de mayoría judía en Nueva York, por lo que su acercamiento a estos sonidos tradicionales procedía de una inquietud intelectual tan en boga en el ambiente bohemio del Village, así como pasaba en la costa Oeste en la cosmopolita San Francisco. Crecidos como amigos, compartieron las influencias de Elvis Presley y, sobre todo, de The Everly Brothers, cuya forma de armonizar las voces es el descubrimiento capital para la futura carrera musical del dúo.

Este disco de debut, totalmente acústico, muestra esa doble preocupación como artistas y ciudadanos del mundo. Por un lado, las dotes narrativas y líricas de Simon se dejan entrever de una forma muy clara en canciones como “Sparrow”, muy influida por la literatura británica clásica, o “Bleecker street”, de corte más narrativo aunque con fuertes imágenes evocadoras. La culminación artística de la buena pluma, tanto letrística como musical del joven neoyorkino, se deja ver en “The sounds of silence”, el que será su primer gran éxito cuando sea incluido, ya con más arreglos y una banda completa, en el siguiente disco. Por otro lado, el original “Wednesday morning, 3AM” y la versión  “Peggy-O”, ambas de temática amorosa, continúan esta línea de cierta preocupación por las posibilidades estéticas del pop, así como “The sun is burning”, con melodías y armonías que se acercan un poco más al pop, o “Benedictus”, una misteriosa adaptación de un tema tradicional que se convierte en un impresionante ejercicio vocal.

En su faceta más comprometida y contestataria, y al margen de la pertinente versión de “The times they are a-changin´”, omnipresente en casi cualquier disco de una nueva banda de folk en aquellos años, Simon firma una emotiva obra maestra de corte pacifista como “He was my brother”, que se une al otro ejercicio antibelicista del disco, la versión de “Last night I had the strangest dream”. Además, el dúo aborda la interpretación de dos canciones de temática religiosa con una cierta carga sarcástica para denunciar la demagogia de cierta parte de la sociedad y la política de la época, “You can tell the World” y “Go tell it on the mountain”, siempre con sus arreglos vocales nacidos en su pasión por The Everly Brothers.

martes, 1 de octubre de 2013

Con estilo propio

Naturally
J. J. Cale
Folk-rock, 1972
Tulsa es una ciudad como otra cualquiera en EEUU. Tamaño mediano, rascacielos en el centro, barrios residenciales… Aunque hay algo que sí diferencia a esta ciudad de otras muchas en la vasta geografía norteamericana. Su ubicación la sitúa en la encrucijada de innumerables corrientes culturales, históricas y, cómo no, musicales. De este modo, a raíz de crecer en medio de tantas influencias casi naturales, la riqueza de sus compositores e intérpretes ha hecho bautizar a ese estilo que se mueve entre el country, el blues y el rockabilly, con algunos tintes de rock’n roll, folk e, incluso en algunas ocasiones, soul y funk, como Tulsa Sound.

J. J. Cale es uno de los principales baluartes de esta etiqueta de denominación de origen que tan bien define aquello a lo que se refiere. Sin embargo, y a pesar de su dilatada carrera hasta su fallecimiento el pasado mes de julio, no se trata de uno de esos jóvenes talentos que consiguieron deslumbrar a crítica y público en sus primeras tentativas, sino que su oportunidad le llegó con una cierta edad; quizás de ahí nace la madurez de sus canciones. En la veintena, Cale se mudó a California e intentó buscarse la vida como músico mientras trabajaba de ingeniero de sonido en un estudio. Sin embargo, después de varios singles como Johnny Cale sin repercusión comercial ni de popularidad, decidió volver a casa y dejar lo de la música como un hobby.

Para que surgiera este “Naturally” tuvo que darse una casualidad. Eric Clapton, a quien había conocido en sus años en California, le pidió permiso para grabar una de sus canciones, “After midnight”, tema totalmente inédito y que, tras la decisión de Cale de apartarse de la escena profesional, descansaba escondido en las maquetas de alguno de los estudios en los que trabajó. La versión del guitarrista británico fue un éxito, por lo que varios amigos y colegas le animaron para que aprovechara el rebufo y sacara un disco con las mejores canciones escritas en aquellos años de ‘descanso’. A los 33 años, el songwriter de Tulsa era un primerizo en lo que al mercado se refería, aunque ya llevaba bastantes composiciones y conciertos a sus espaldas, y decidió cambiar su nombre del John Walden original al misterioso J. J., pseudónimo que venía utilizando desde que el propietario de un local no quiso anunciarle como John Cale para que no se confundiera con el multiinstrumentista de The Velvet Underground, por entonces en el rutilante estrellato.

Este disco de debut es una perfecta guía de lo que es el Tulsa Sound y de lo que será la dilatada, aunque no excesivamente prolífica, carrera de Cale. Canciones escritas y tocadas sin prisa, que muestran un conocimiento profundo de los estilos tradicionales, usando sus características y tópicos de forma innovadora pero con un respeto reverencial, y todo ello envuelto en una forma más que peculiar de cantar y de tocar la guitarra. “Crazy mama”, “After midnight” y “Call me the breeze” son posiblemente las dos canciones más representativas, en las que se denota claramente esa mezcla de rock, blues, folk y country.


El gusto por el folk y, sobre todo, el country está sobradamente demostrado en temas como “Clyde”, de clara influencia campestre, así como en la delicada balada “Magnolia” y en “Cryin’ eyes”, que cierra el disco. Por su parte, Cale reserva las melodías blues para baladas de tratamiento folk-rock como “Call the doctor” o “Don’t go to strangers”, mientras que la esencia negra de su forma de hacer canciones se escucha en temas más puramente blues como “Woman I love”, “Bringing it back” o la balada “River runs deep”.