Sugarloaf
Sugarloaf
Rock psicodélico, 1970
El avance de cualquier disciplina artística requiere de
cierto tiempo y espacio para que los ejecutantes den con esos nuevos cauces que
permitan a su criatura, y, por ende, a todo el arte en cuestión, desarrollarse
plenamente. La música, por su carácter grupal, no requiere obligatoriamente de
un único visionario encerrado en su taller, sino que estos momentos de epifanía
artística pueden darse de forma comunal, algo que también requiere de un
provisión suficiente de minutos para que la expresividad y las ideas de cada
uno de vayan encontrándose con las del resto del grupo.
Sugarloaf es una de las bandas que tomaron este axioma de la
experimentación y la libertad creativa por bandera. Su problema fue que, quizás,
aterrizaron en el mundo musical con algún retraso. Con la década de los 60 ya
finiquitada, el rock psicodélico estaba dando sus últimos coletazos y solamente
personalidades de calibre considerable y artistas que habían sabido reconducir
su creatividad consiguieron sobrevivir después de haberse dedicado a los
caminos de la experimentación y, en ocasiones, el exceso. Sin embargo, el
quinteto liderado por el teclista Jerry Corbetta se dio el gustazo de, en plena
frontera de madurez del rock’n roll, grabar el disco que querían hacer, aquel
que mostrara plenamente las capacidades expresivas de cada uno de los
instrumentistas, un experimento que solamente probaron una vez, ya que la
industria obligó a moderar los tiempos de las canciones en sus siguientes
discos, y que, a la postre, fue su mayor éxito, colocando single y disco en puestos de cierta nobleza en las listas de
ventas.
El debut discográfico de Sugarloaf es un ejercicio de largas
disertaciones instrumentales y ciertas probaturas formales en las que la banda quiere
dejar impronta de sus variadas influencias, así como de su calidad
interpretativa. Así, solos de guitarra y teclado de inspiración claramente rock
y blues se mezclan con rítmicas más negroides y cadenciosas, dejando espacio
además a melodías más cercanas al pop-rock contemporáneo, de raíces hippies y psicodélicas
y ciertos jugueteos instrumentales con el jazz y la música clásica.
“Green-eyed lady”, el tema que abre el disco, resume bien el
estilo de la banda. Se trata de una canción de aroma blues-rock con un ritmo
algo funky que lo hace más bailable, una mezcla de estilos que deja espacio
suficiente para que tanto Corbetta como el guitarrista Bob Webber ofrezcan
riffs y solos de diversos pelajes e intenten crear diferentes ambientes en la
misma canción. Eso mismo ocurre en las instrumentales “Bach Doors man / Chest fever”, donde juguetean con melodías clásicas para terminar explotando el clásico
de The Band para sus propios intereses con reflexiones instrumentales con
distintas intensidades y armonías, y “Gold and the blues”, esta vez con el
lento ritmo de un típico blues lento como fondo. También instrumental, aunque
menos dado a la longitud está la versión de “The train kept-a-rollin” con la
guitarra y a bailable sección rítmica como principales protagonistas.
Aparte de los largos pasajes instrumentales, la banda también
tiene capacidad para abordar partes vocales, muy influidas por los sonidos de
la época, ese pop psicodélico que, a través de melodías y armonías rompedoras,
revolucionarias o, simplemente, irreverentes con el sistema, había sacudido la
industria musical apenas unos años antes. De este modo, “West of tomorrow” bebe
de estas fuentes de la ilusión hippie y el tratamiento psicodélico, mientras
que “Things are gonna change some” hace lo porpio aunque con un carácter algo más
reflexivo y melancólico.
geniales
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