miércoles, 24 de octubre de 2012

Despedida y cierre

On every street
Dire Straits
Rock, 1991
La sombra de Mark Knopfler y sus Dire Straits es alargada. A pesar de ser una banda poco prolífica en los estudios, con apenas seis discos editados en casi tres lustros de andadura musical, sí se prodigaron en sus actuaciones en directo con frecuentes y prolongadas giras y, sobre todo, consiguieron renovar la cara del rock’n roll de la época, creando un estilo personal y más que reconocible dada la calidad de sus interpretaciones y la peculiar voz y la virtuosa guitarra de su líder y principal compositor.

Desde sus primeras actuaciones a finales de los 70 y su primer disco en 1978, Dire Straits se convirtió en la nueva cara del rock, con un tratamiento austero y cuidado de sus canciones, sin los prejuicios propios de la época del punk y la new wave por bajarse un poco el volumen para favorecer arreglos y una mayor sensibilidad a la hora de abordar cada tema. De este modo, con un sonido más adulto que la mayor parte del rock hecho hasta aquel momento y algún que otro hit radiofónico, la banda de Mark Knopfler consiguió sobrevivir a los múltiples cambios de formación gracias al éxito de crítica y público.

Sin embargo, con todo el peso sobre sus espaldas, el cantante y guitarrista escocés estaba algo cansado de repetir siempre la misma fórmula y tener que liderar con sus canciones una banda que, después de trece años, apenas contaba con uno de sus miembros fundadores aparte de él, el bajista John Illsley. De este modo, “On every street” se convirtió en el último álbum de Dire Straits, dado el anhelo de Knopfler por probar nuevos sonidos y desligarse de ciertas presiones comerciales que tenía la exitosa banda británica. Tal era su deseo por desembarazarse de las viejas canciones rock que ese último disco de la vieja etapa ya da pistas más que claras de los estilos que guiarán la obra del guitarrista a partir de ese momento, con una importante influencia del country y el folk.

Los sonidos novedosos de este último disco de Dire Straits se dejan ver desde su inicio. “Calling Elvis”, canción que abre el álbum y primer single del mismo, ya denota la pasión de Knopfler por el country, explorando, al igual que “The bug”, el lado más divertido y rock’n roll de este estilo. Este giro en el sonido de la banda también se nota en “When it comes to you”, canción rock pero con un tratamiento más americano, y, sobre todo, en dos ejercicios de ortodoxo seguimiento de las reglas del folk y el country, “Iron hand” y “How long”. Mención aparte merecen también dos de las baladas del disco, la bluesera “Fade to black” y “Ticket to heaven”, un corte con un cierto toque cursi y demasiada nostalgia por los años 50. 

Sin embargo, y a pesar de esta huida hacia la libertad de Knopfler, aún quedan algunos temas que recuerdan a las antiguas canciones de Dire Straits, como el trallazo rockero de “Heavy fuel” o las baladas lánguidas que tan bien se ajustan a la guitarra y la voz del líder de la banda, “You and your friend” y “Planet of New Orleans”. Además, “My parties” recupera esos toques a medio camino entre el jazz y el rhythm’n blues que también solían sonar en los viejos discos, mientras que “On every street” hace rememorar el delicado y personal tratamiento a cada canción, una de las singulares características del, por entonces, ya sentenciado grupo.

lunes, 15 de octubre de 2012

El nacimiento del country-rock

Sweetheart of the rodeo
The Byrds
Country-rock, 1968
The Byrds siempre ha sido un grupo ciertamente innovador y sin miedo a probar nuevos estilos y sonidos. Nacidos en plena efervescencia de la ‘invasión británica’ de The Beatles y demás contemporáneos, la banda capitaneada en un principio por Roger McGuinn, Gene Clark y David Crosby, decidió tomar de aquellas sonoridades pop lo que podía serles de utilidad dentro de un estilo folk-rock. Pronto se animaron a aprovechar las potencialidades de las voces de Crosby y Chris Hillman y de la personal guitarra Rickenbaker de 12 cuerdas para abordar aventuras hippies y psicodélicas, para adentrarse posteriormente, y antes del esplendor del rock sureño y el country-rock californiano, en la revitalización del country.

El objetivo de McGuinn en aquel 1968 era lanzar un disco doble en el que la banda repasara los principales estilos folklóricos y tradicionales que habían ido dando forma a la música norteamericana, desde el folk y el blues más profundo hasta el refinado jazz o el rock’n roll. Para ello, y ante la marcha de varios de los integrantes de la formación original, McGuinn y Hillman se vieron obligados a fichar un nuevo batería, Kevin Kelley, y a alguien que compartiera tareas de acompañamiento a la guitarra y/o el piano. De esta forma apareció Gram Parsons y todo cambió.

De este modo, “Sweetheart of the rodeo” se convirtió en el advenimiento de lo que, apenas un año después y, sobre todo, en los primeros años de los 70, se convirtió en un importante movimiento, sobre todo en la soleada California, el country-rock, una actualización del estilo tradicional por parte de artistas más jóvenes, que se debatían entre un respeto escrupuloso a las estructuras y sonoridades clásicas y su pulsión por acercar estas viejas canciones al público más joven, tomando para ello elementos del folk, el rock, el soul y el blues, entre otros. Y es que, a pesar de la innata madera de líder de McGuinn, Parsons, que entró en la banda con un sueldo fijo como un músico contratado para ayudar en el estudio y en los conciertos, consiguió convencer a Hillman y, con más reticencias, al habitual frontman para cambiar el concepto del álbum de un repaso a la música norteamericana a un homenaje a uno de sus estilos más reconocibles, el country, sembrando además la semilla de lo que, apenas unos meses después, serían The Flying Burrito Brothers. El joven futuro ídolo de la “Cosmic American Music”, como él la denominó, se implicó mucho a nivel artístico, lo que condujo a varias discusiones y desavenencias con McGuinn y dio con sus huesos fuera de The Byrds antes incluso de que se lanzara el disco. Los problemas legales con otra discográfica por el uso de la voz de Parsons, con la que firmó un contrato con su anterior proyecto, Internacional Submarine Band, hicieron el resto para que se pudieran ‘borrar’ algunos de los rastros más visibles de su participación, siendo regrabadas tres de estas canciones por el propio McGuinn (en la reedición Legacy de 2003, compuesta por dos discos y multitud de canciones descartadas, se recuperan las pistas originales con la voz de Parsons). Su impronta, sin embargo, sería imborrable.

Este disco supone un cierto alejamiento al sonido habitual de la banda, con una concepción más acústica y apegada al estilo tradicional, y desprendiéndose incluso de una de sus señas de identidad, el afilado sonido de su Rickenbaker. Sin embargo, y para no romper del todo con el pasado, el álbum incluye dos versiones de Bob Dylan, también de inspiración folk y country en sus originales, “You ain’t goin’ nowhere”, primer ‘single’ del disco, y “Nothing was delivered”, que explota las posibilidades vocales y la experiencia hippie del grupo. Además, arrebantando totalmente el mando a McGuinn, “Sweetheart of the rodeo” incluye dos temas originales de Gram Parsons: la delicada y emocionante balanda “Hickory wind” y “One hundred years from now”, que resume bien las influencias que servirán de guía al futuro country-rock, además de “Lazy days”, que no se llegará a incluir en el álbum original, sí en las reediciones posteiores, y será recuperada por The Flying Burrito Brothers dos años más tarde.

El resto del álbum son versiones de canciones tradicionales, grandes clásicos del country y guiños a artistas contemporáneos. Destaca el estilo bluegrass de “I am a pilgrim” y “Pretty boy Floyd”, del respetado Woody Guthrie; la estética country waltz de “The christian life” y “Blue canadian rockies”; el alegre honky-tonk de “You’re still on my mind”, y el tratamiento hippie que se da al tradicional “You don’t miss the water” gracias al uso de las voces.

martes, 2 de octubre de 2012

Una vida dedicada al soul

The dock of the bay
Otis Redding
Soul, 1968.
La muerte de Otis Redding, apenas tres años después de la de Sam Cooke, supuso un gran golpe para el mundo del soul. No se iba únicamente uno de los principales exponentes de este estilo musical en lo que a éxito comercial se refiere, sino que también se dejaba inacabado un trabajo que el cantante de Georgia había iniciado en la adolescencia. Y es que su vida había estado dedicada a la difusión de la música negra por todo Estados Unidos, intentando romper las barreras raciales y geográficas que tradicionalmente constreñían su desarrollo.

Primero como integrante de bandas profesionales y, más tarde, componiendo y grabando sus propios temas y otros éxitos, Otis Redding intentó llevar el soul a todos los rincones, actuando en las principales ciudades estadounidenses, incluso en los estados del norte, menos dados al conocimiento de los sonidos propios de la población negra, y llevando su música también al público blanco. Además, con el fin de lograr nuevos oyentes, también actuó en el festival de pop de Monterey en 1967, llamando a la puerta también de aficionados más dados al rock y a los sonidos hippies y psicodélicos. Sin embargo, un viaje en avión en medio de una apretada gira de conciertos terminó en un desastre que puso el punto y final a la prometedora carrera de este cantante con apenas 26 años.

“The dock of the bay” es el primero de los cuatro discos póstumos con temas inéditos de Otis Redding. En él, se da una buena muestra de los diferentes registros que el vocalista y compositor gustaba de abordar en sus álbumes, todo ello con grabaciones realizadas entre 1965 y 1967, algunas de ellas lanzadas en singles y otras totalmente nuevas para los oyentes. Además, incluye la última composición grabada por Redding antes de su fallecimiento, “(Sittin’ on) The dock of the bay”, canción que se convirtió en su mayor éxito de ventas, número uno de casi todas las listas de ventas y su tema más reconocible y recordado.

Uno de los principales fuertes de Redding fue su emotivo modo de cantar las baladas soul, con un estilo lloroso y aullador, que en este disco se puede escuchar en “I love you more than words can say” y “Open the door”, además de en “The glory of love”, un tema de inspiración gospel que, con la paulatina adición de instrumentos, se va convirtiendo en una cadenciosa celebración del amor al que canta. Además, el vocalista también aborda dos versiones de temas clásicos para demostrar su versatilidad y gusto musical, aunque siempre llevadas magistralmente hacia su terreno para dar lo mejor de él y de su banda, “Nobody knows you (when you’re down and out)” y “Ole man trouble”.

Pero no todo son hermosas canciones lentas en la voz de uno de los mejores cantantes del soul sureño. Ejercicios de música más bailable son “Let me come on home” o “Don’t you mess with Cupid”, en las que Redding despliega su estilo más seductor, mientras que, en “I’m coming home to see about you”, bebe de las fuentes del rhythm’n blues y el rock’n roll para enriquecer la sonoridad de su obra. También con el propósito de la diversión, el álbum incluye dos canciones, “Tramp”, en el que hace un dueto con Carla Thomas, y “The Huckle-Buck”, que responden a un patrón habitual en la discografía de Redding, temas con potentes riffs de la sección de viento y un ritmo constante por parte de la banda mientras él canta, recita, modula, grita, rapea y juega con cada verso.