jueves, 30 de agosto de 2012

La vida privada de John Fogerty

The Blue Ridge Rangers
The Blue Ridge Rangers
Country, 1973
Creedence Clearwater Revival ha sido uno de los más exitosos e influyentes grupos de la historia del rock’n roll. En un periplo de apenas cinco años, el cuarteto capitaneado por John Fogerty se ganó las filias de gran parte de los aficionados gracias a un puñado de ‘singles’ que destilaban buen rock’n roll con influencias de estilos tradicionales como el blues, el country o el folk, además de algunos ‘experimentos’ más arriesgados muy apropiados para la época de finales de los 60 y principios de los 70. Al fin y al cabo, una colección de canciones imprescindible para el disfrute y el desarrollo de la música popular. Sin embargo, tras un periodo de gran intensidad de giras y grabaciones, las tensiones en el seno de la banda, tanto artísticas como económicas, dieron al traste con el proyecto, aunque sirvieron para que John Fogerty pudiera dar forma a un viejo anhelo.

El líder de CCR había propuesto a sus compañeros la grabación de un disco centrado únicamente en el country, uno de sus estilos preferidos, con algunas canciones propias y homenajes a sus grandes artistas, una idea que el resto de la banda no vio con buenos ojos ya que temían que su popularidad, en aquellos momentos en su punto más alto, se resintiera por cerrarse a sonidos tan tradicionales. Con la disolución del grupo, Fogerty vio el cielo abierto para poder desmarcarse de su éxito anterior y de canciones que, de tantas repeticiones, ya no le decían nada. Tanto fue así que su primer disco en solitario, ese destinado a homenajear a sus héroes de juventud, ni siquiera fue firmado con su nombre, sino por The Blue Ridge Rangers, un álbum en el que él tocaba todos los instrumentos pero en la que no aparecía acreditado y su imagen solamente aparecía en silueta a contraluz en la portada.

Sin embargo, una de las voces más reconocibles de la historia del rock’n roll no tardó en ser desenmascarada y pronto sus seguidores supieron que era Fogerty el que se escondía detrás de esas versiones de canciones tradicionales o de artistas como Hank Williams, Jimmie Rodgers o Merle Haggard. Y es que el disco reúne piezas que muestran las distintas sonoridades dentro de este estilo, con guiños al rockabilly, el rock’n roll, el gospel o el bluegrass.

El álbum destaca por el gran conocimiento del cantante de los sonidos y los ‘trucos’ de este estilo, con un tratamiento totalmente canónico de las canciones que se denota en cortes como “You’re the reason”, “Have thine own way, Lord” o “California blues (blue yodel #4)”. De este modo, y con una base tan ‘clásica’, la inconfundible voz de Fogerty resuena como la gran protagonista de casi todos los temas, con una mayor dosis de emoción en las baladas y temas de corte gospel, como “Somewhere listening (for my name)”, “She thinks I still care”, “Today I started living you again”, “Please help me I’m falling” y, sobre todo, en “Working on a building”, uno de los mejores momentos del disco.

Sin embargo, a lo largo de estos 37 minutos de homenaje a uno de los estilos más profundamente norteamericanos, también hay sitio para ritmos y sonoridades distintas pero hermanadas. Así, el bluegrass hace aparición en “Blue ridge mountain blues”, mientras que “Jambalaya” y “Hearts of stone” beben de las fuentes del rock’n roll más campestre y “I ain’t never” recuerda el glorioso (y reciente) pasado de Fogerty al frente de CCR.

lunes, 27 de agosto de 2012

Una persona(lidad) especial

All things must pass
George Harrison
Folk-rock, pop-rock, 1970
Una de las figuras más misteriosas, y no precisamente por desconocida, de la historia del rock’n roll es George Harrison. Genio musical ensombrecido por el talento y el carisma de sus compañeros en The Beatles, la vida de este tímido guitarrista, el más joven de los Fab Four de Liverpool, se conoce por algunas excentricidades y actos más o menos reseñables, algo que queda en un segundo plano cuando uno se acerca a su obra. Y es que, al margen de sus escarceos religiosos, sus retiros espirituales y sus triángulos amorosos, Harrison destaca por ser un compositor sensible, conmovedor, emocionante, quizás de una profundidad insondable y, sin duda, indescifrable con esos apuntes biográficos que han trascendido.

Después de una década en The Beatles, a la sombra de la productividad compositiva y comercial del carismático dúo Lennon y McCartney, que apenas permitió diecisiete temas del puño y letra de Harrison en los discos de la formación de Liverpool, la reserva de canciones que el guitarrista guardaba de esos años, con sus distintas etapas, influencias y temáticas, era más que amplia. Con la cartera llena de ideas más o menos perfiladas, Harrison se permitió una licencia poco habitual en el mundo de la música, un disco triple de canciones completamente inéditas, convirtiéndose en el primer músico que se atrevía a juntar tanto material nuevo en un único lanzamiento discográfico, su debut en la industria discográfica, al margen de dos ‘aventuras’ anteriores: la banda sonora de la película “Wonderwall” y unos experimentos con el sintetizador Moog editado bajo el título “Electronic sounds”.

Sin embargo, y en parte gracias a ese carácter especial que hace de George Harrison un valor ineludible para el desarrollo de la música popular, la gestación de este “All things must pass” no fue obra únicamente del guitarrista de Liverpool. Y es que, a lo largo de sus años con The Beatles, y lejos de carácter más ‘estelar’ del resto de la banda, Harrison dedicó mucho tiempo a fraguar amistades con otros ‘compañeros’ de profesión, músicos de uno y otro lado del Atlántico con los que nunca dudó en colaborar. De este modo, nombres como Bob Dylan, que ayudó a componer y arreglar algunas de las canciones; Eric Clapton, guitarrista principal en gran parte de los cortes del disco; Ringo Starr o Billy Preston, el quinto ‘beatle’, destacan en una lisa de músicos y colaboradores en los que aparecen también los bajistas Carl Raddle y Klaus Voorman, los baterías Phill Collins, Ginger Baker y Jim Gordon, el teclista Bobby Whitlock y los ‘vientos’ Bobby Keys y Jim Price. En resumen, algunos de los mejores músicos solistas y de sesión de la época.

A pesar de la fuerte influencia que supone enrolarse durante diez años en una de las bandas más famosas de la historia del rock’n roll, este primer disco de George Harrison no se muestra excesivamente nostálgico de las canciones de los de Liverpool, al menos no de su primera época. Así, y con un cierto sabor pop más o menos comercial en canciones como “What is life”, “Awaiting on you all” o “Ballad of Frankie Crisp (Let it roll)”, “All things must pass” destaca por retratar a un artista en estado de gracia que consigue hacer suyos diferentes sonidos y estilos, mostrando especial predilección por el tratamiento folk y country de algunas canciones, siempre como el rock’n roll y el blues como base.

De este modo, las baladas tienen un gran peso en este largo disco, reflejando la comprometida y sensible personalidad de este artista en canciones como las dos versiones de “Isn’t it a pity”, “Beware of darkness”, “All things must pass”, “Hear me lord” o “I’d have you anytime”, de corte más ‘bluesero’. De corte más folk en sus sonidos e influencias, el disco incluye canciones como “My sweet lord”, principal ‘hit’ del disco en su explotación comercial, “Behind the locked door”, “Apple scruffs” o “If not for you”, carilosa versión de Harrison de un tema de Bob Dylan. El rock está más presente en canciones como la ilusionante “Wah-wah” y “Let it down”, “I dig love” y “Art of dying”, piezas más complejas y con ciertas reminiscencias ‘hippies’ y psicodélicas.

El tercer disco de “All things must pass” reúne grabaciones realizadas durante los ensayos y encuentros de los distintos músicos colaboradores, jam sessions que se han convertido en parte de la historia del rock dada la entidad de sus protagonistas. De este modo, cortes como “Out of the blue”, “I remember Jeep”, “Thanks for the pepperoni” o “Plug me in” reúnen algunos buenos momentos de improvisaciones y ensayos en los que las guitarras de Harrison y Clapton se hacen especialmente protagonistas.

jueves, 16 de agosto de 2012

La sensualidad del soul

Let’s stay together
Al Green
Soul, 1972
Albert Greene siempre quiso dedicarse a la música. Así lo decidió cuando escuchaba desde muy joven als grabaciones de algunos de sus ídolos musicales, como Sam Cooke, James Brown o Jackie Wilson. Como ellos, quería cultivar el creciente repertorio de sonidos y ritmos que la música negra estaba poniendo a disposición de todos los amantes de la música y, sobre todo, del mundo del pop. Y es que los sonidos excesivamente encorsetados del soul de los primeros años, muy centrado en la fácil escucha y el éxito dácil, se estaban viendo beneficiados a lo largo de los sesenta de la introducción de elementos del blues, el rhythm’n blues, el gospel y el funk, así como de otros géneros menos cercanos, como el rock’n roll y el country.

Gracias a estas nuevas reglas del juego, Al Green, como sería conocido en su carrera musical, fue desarrollando una de las voces más personales y peculiares de la historia del soul. Además de su más que reconocible falsete, el cantante de Arkansas podía cantar en susurrantes tonos graves, darle ‘groove’ a las canciones más funk o sacar la potencia de un ‘crooner’, un estilo polifacético que le otorgaba un gran margen de actuación a la hora de interpretar su repertorio, compuesto por algunas versiones más que transformadas y temas propios escritos de su puño y letra, al estar al margen de las grandes compañías discográficas, que contaban con músicos y compositores profesionales.

“Let’s stay together” fue el primer éxito contundente de Green, a pesar de llegar cinco años después de su primera grabación. Así, para aquel 1972 (el single se lanzó en diciembre de 1971), Al ya había pasado por un grupo familiar (Green Brothers) y otro de compañeros de estudios (Creations), además de grabar un disco bajo el nombre de Al Greene & the Soul Mates, “Back up train”. Ya con su nombre artístico, su popularidad había ido creciendo moderadamente gracias a “Green is blues” y “Al Green gets next to you”, que incluía su primera composición de éxito, “Tired of being alone”.

Sin embargo, “Let’s stay together” superó en popularidad a sus grabaciones anteriores gracias, sobre todo, a su single homónimo, una balada soul que destacaba una de las principales características de la voz de Green, la sensualidad, ya sea a través de su cadenciosa forma de abordar cada verso, de los falsetes o de sus gemidos, ruidos y frases entre la letra ‘oficial’ de la canción. El cantante intenta explotar esta peculiaridad en casi todos los cortes de este disco, pero sobre todo en las baladas, como “Judy”, “Old time lovin’” o “How can you mend a broken heart?”, versión de unos Bee Gees que, por aquel entonces, aún buscaban el estilo que les diera el éxito.

Sin embargo, y aunque Green no destaca por ser un compositor aficionado a ofrecer temas para la pista de baile, sí que hay algunas canciones algo más animadas, basadas en la obra de esos grandes referentes de Green, sobre todo Sam Cooke. Así, se pueden encontrar canciones como “What is this feeling?” o “I’ve never found a girl”, más ancladas en el soul primerizo. Y saliéndose de los cánones más arcaicos del estilo, Green también ofrece esos nuevos aires contagiados por el rhythm’n blues y el funk en canciones como “La-la for you”, “So you’re leaving” y “Ain’t no fun to me”.

lunes, 6 de agosto de 2012

La clase media del rock'n roll

Anymore for anymore
Ronnie Lane & Slim Chance
Folk-rock, 1974
En el mundo de la música, además de las superestrellas, de los líderes que brillan, hay un grupo de trabajadores que se sacrifican al servicio del buen sonido de la banda. Esta clase media del rock’n roll es esa que se encarga de tocar los instrumentos que hacen falta, de cantar y hacer voces allí donde se les requiere, de hacer que cada canción diga exactamente lo que se supone que debe decir. Ronnie Lane pertenece a esta clase media de la música popular, e incluso tiene pinta de que sea así. A pesar de haber militado en dos grupos con cierto predicamento a finales de los 60 y principios de los 70, The Small Faces y The Faces, el carisma de Steve Marriott y de Rod Stewart siempre dejaban a este sonriente y menudo tipo en un discreto segundo plano con su bajo.

Cuando finalmente se puso a los mandos de su propia nave, la primera de sus grabaciones fue un álbum en el que se deja ver este carácter de gregario musical, con composiciones corales en las que nadie se llevaba un protagonismo excesivo, a excepción quizás del cantante principal, regalando un disco en el que guitarras acústicas, mandolinas, acordeones, banjos y violines van redondeando cada uno de sus cortes, canciones sinceras y sin artificios.

Este “Anymore for anymore”, debut oficial de la banda de cambiante formación Slim Chance, viene precedido por el éxito de “How come”, una de las mejores composiciones de Lane en su andadura en solitario. Para ello, el músico británico repitió la misma fórmula, canciones sencillas pero bien arregladas, cantables pero no de fácil consumo.

El disco se abre con “Careless love”, una canción de influencia ‘bluesera’ y sonoridad country y folk con querencia al festivo honky tonk gracias al acompañamiento de piano. Se trata de una buena muestra de lo que el oyente va a encontrar a lo largo de los doce cortes del álbum, una celebración de los estilos tradicionales con una marcada intuición para el pop-rock con el fin de redondear el resultado final de las canciones. Así, a lo largo de su escucha, se pueden encontrar temas como “(Bye & bye) Gonna see the king” o “Silk stockings”, en los que los aires folk y country son muy marcados, aunque con melodías más festivas y cercanas al vodevil. Y es que, después de tantos años dedicado al pop psicodelico y al rock’n roll, Ronnie Lane se muestra cómodo a la hora de abordar fraseos vocales más cercanos a estos estilos más novedosas, a pesar de una envoltura cuidadamente clásica. Esta mezcla da como resultado piezas como “Don’t cry for me”, “Roll on babe”, “Amelia Earhart’s last flight” o “Tell everyone”. Un cariz más rockero, aunque siempre dentro de la intensidad media que presenta el disco, tiene “Anymore for anymore”, medio tiempo emparentado con algunas de las canciones de los Rolling Stones del “Exile on Main Street”.

Por su diversidad estilística, destacan también baladas como “Only a bird in a guilded cage”, breve, ‘pianera’ y casi más cercana a un ‘crooner’ que a un cantante pop-rock, o “The poacher”, una de las piezas centrales del álbum junto al tema que da nombre al disco, canción diferente en cuanto a sonoridades, tiempos y ambientes y que introduce un ligero ingrediente ‘hippie’ a este “Anymore for anymore”. Para cerrar el álbum, la canción más animada, un rock’n roll con claras reminiscencias country en su tratamiento sonoro, “Chicken wired”.

viernes, 3 de agosto de 2012

Una vuelta de tuerca al blues

Electric Mud
Muddy Waters
Blues-rock, rock piscodélico, 1968
Muddy Waters siempre ha sido uno de los ‘bluesmen’ más admirados y respetados. Su carisma y su personalidad se han aliado con nte hornada, esa generación de chicos blancos que se dejaron seducir por el más tradicional de los estilos de la música negra, lo amaron, lo reinterpretaron e, incluso, lo actualizaron. No es de extrañar que artistas como Johnny Winter o Eric Clapton e integrantes de grupos como The Rolling Stones (bautizado así por una de sus canciones) o The Band hayan animado al “padre del blues de Chicago” a continuar su carrera o no hayan dudado en colaborar con él.

Sin embargo, este acercamiento de los nuevos músicos a la figura de Muddy Waters no ha sido un camino de un solo sentido, sino que el ‘bluesman’ también ha querido escuchar y probar aquello que estaban haciendo sus seguidores, las nuevas generaciones del blues. Así, con los nuevos vientos musicales que soplaban y con el beneplácito de la mítica compañía discográfica Chess, McKingley Morganfield (nombre real de Muddy Waters) se lanzó a la aventura de grabar un disco a la imagen y semejanza de los tiempos en los que las experimentaciones musicales y la psicodelia estaban a la orden del día. A pesar de este cambio estilístico, el mítico ‘bluesman’ eligió un repertorio de piezas clásicas de su repertorio y un elenco de músicos de sesión de Chess, canciones y personal de confianza para este nuevo reto.

Este “Electric Mud” destaca por la adaptación de estos clásicos del blues a un sonido más cercano a Cream u otros ‘power trios’ de la época, sobre todo en lo guitarrístico, y un tratamiento instrumental diferente, sobre todo en lo que a ritmos y acompañamientos se refiere. Menos frases biensonantes y arreglos manidos y más improvisación, distorsión y libertad para los músicos. Y sobre esta base totalmente nueva, la inconfundible e inmutable voz de Muddy Waters.

A lo largo del disco, se repasan y actualizan algunas composiciones de Willie Dixon habituales en el repertorio de Morganfield, como “The same thing” y “I’m your hoochie coochie man”; nuevas adaptaciones de este compositor bluesero, como el “I just want to make love to you” que abre el álbum; piezas del propio Waters como “She’s alright” o “Mannish boy” y otro clásicos del estilo como “Tom cat”. Además, el disco sorprende con un tema completamente nuevo, “Herbert Harper’s free press news” y una imaginativa versión del “Let’s spend the night together” de Jagger y Richards.

miércoles, 1 de agosto de 2012

Buscando la inspiración en el campo

The Doobie Brothers
The Doobie Brothers
Folk-rock, country-rock, 1971

El country y el folk fueron dos de los estilos que más favorecidos se vieron por el crisol artístico que supusieron los años finales de los 60, una época especialmente activa y, sobre todo, variada en lo musical. Y es que, si bien muchos recibieron el padrinazgo del blues u otros estilos tradicionales, fueron muchos los grupos que, a partir de aquellos años revitalizaron estos sonidos con el fin renovarlos musical o temáticamente y actualizarlos.

No es raro que durante aquella época y en los años posteriores, nacieran muchas nuevas bandas que también como base los viejos esquemas del country y el folk y las nuevas sonoridades de estilos como el rock sureño. Ése es el caso de The Doobie Brothers, formación californiana que, antes de fichar nuevos instrumentistas, principalmente en la percusión y los vientos, lanzó al mercado un primer disco con una banda más ‘standard’ en el que, a pesar de apuntar algunas de las que serán las características definitorias de su primera época, se muestran algo más respetuosos con la producción y la sonoridad de los estilos tradicionales. Y es que en este álbum homónimo ya hay influencias del soul y el country, una tendencia hacia los coros gospel, voces que disparan hasta el infinito sus estribillos y ritmos desenfrenados propios de sus éxitos posteriores, como “Listen to the music” o “Long train runnin’”.

Este meriotorio primer disco se abre con “Nobody”, una canción que preludia lo que serán los futuros Doobie Brothers, aunque con un toque de rock sureño y una cierta influencia hippie que sobrevuela casi todo el álbum. En esta misma línea, el todavía cuarteto firma otras canciones como “It won’t be right”, “Feelin’ down further” o “Growing a little each day”, ahondando en una fórmula que les granjeará algunos éxitos en la primera época, antes de que Michael McDonnald se haga cargo del grupo y lo lleve hacia sonidos más artificiales y ochenteros. El gusto por el country y el folk se muestra claramente en temas como “Slippery St. Paul” y “Greenwood Creep”, dos de los mejores números de este disco de debut. La cuota ‘hippie’ que todo disco incluía durante los primeros años de los 70 se corresponde con dos bonitas baladas, “Travelling man” y “Closer every day”, minetras que los ‘hermanos Doobie’ también se dejan seducir por sonidos más duros, por el lado más ‘oscuro’ del rock sureño en “The beehive state”. El broche de oro a este pequeña piedra preciosa escondida entre el éxito posterior de la banda californiana es “Chicago”, una peculiar versión de varios clásicos del blues, aunque siempre con un cierto aire campestre.

La vida sigue, igual que la música

Mi relación periodística con la música ha tenido varias etapas, y ahora empieza una nueva. Y es que este nuevo blog es una continución de aquel rocknrollhoochiekoo.blogspot.com iniciado en 2009 y desatendido con el paso de los años y que, por problemas técnicos y otras consideraciones, debería ser actualizado. Sin mover una coma de lo que se cuenta en esas reseñas, así como tampoco en las que en su día, hasta el año 2006, publiqué en la sección "Clásicos muy vivos" de Diario de Alcalá, esta nueva aventura tiene algo de cabezonería, de volver a tropezar con la piedra de querer recuperar algunas joyas del pasado, discos de estilos que han configirado la música actual, como el blues, el rock, el soul, el folk, el pop o el country, unos de ellos capitales para el desarrollo de este arte y otros escondidos por la calidad y fama de sus coetáneos o de sus descendientes.